Manuel Bergman by Pablo Herrán De Viu

Manuel Bergman by Pablo Herrán De Viu

autor:Pablo Herrán De Viu
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788494682490
editor: Dos Bigotes
publicado: 2017-11-03T00:00:00+00:00


―Sí ―finalmente respondí cuando ya me había marchado de su piso.

La tarde había refrescado y yo recorría Broadway con paso taciturno. Entré en la estación de Union Square para coger la línea Q en dirección al norte de Manhattan. Una vez dentro del metro estuve contemplando los rostros agotados de los turistas que se incorporaron al vagón en la parada de Times Square. Dos andaluces que estaban a mi lado hablaban sobre lo gorda que había sido la hamburguesa que se acababan de comer en Hard Rock Café.

―Sí ―contesté de nuevo a Eve en cuanto me apeé del tren.

―Sí ―repetí cuando distinguí a través del escaparate de Cartier a dos mujeres arrobadas ante el muestrario de joyas.

Para cuando reconocí el lujoso portal de la Calle 58, Sveta me había mandado seis mensajes nuevos. Apagué el móvil de una vez por todas.

―Quiero ser guionista, Eve ―concluí mientras la pantalla se oscurecía.

Mila me recibió entregándome un fajo de billetes doblados. Al encontrar mis manos vacías retiró el dinero y me miró a la cara con disgusto. Su expresión de desconcierto quedó suspendida en el aire, igual que mi mano que había acercado a la de ella para estrecharla.

―Así que Antonio Banderas ha regresado a mi humilde morada ―de pronto esbozó una sonrisa de imprevista alegría.

En cuanto estuve dentro del palacete, su chihuahua se apresuró a restregarme las pezuñas en los bajos de mis vaqueros. Me agaché y fingí aprecio hacia esa escuálida criatura. Entre tanto, Mila se arreglaba el pelo frente al espejo de la entrada enmarcado aparatosamente con láminas de pan de oro. El timbre volvió a sonar y la bielorrusa abrió la puerta por segunda vez. Le preguntó al repartidor si, por casualidad, cargaba en su mochila con algo más de sushi que nos pudiera vender. El asiático no la entendió y se dio la vuelta.

Propuso que cenáramos en su habitación. Al atravesar el pasillo, las tachaduras enmarcadas que su novio había pintado crearon el mismo efecto en mí que la primera vez. Al mirarlas me parecía percibir en ellas un claro mensaje: borrón y cuenta nueva.

―¿Dónde está Zhenia? ―pregunté.

―Estamos solos.

Mierda. Quería conocerlo. Quería comprobar cuánto medía, saber qué opinión tendría sobre el oficio de su novia y cómo el amor sobrevivía a una profesión tan exigente. Esa era la clase de cuestiones que me proponía indagar como guionista. Porque sí, sí, sí, tenía muy claro que quería ser guionista, miss Sternberg. Debía encontrar la manera de que Mila me contara su experiencia en Nueva York. Luego yo la convertiría en formato audiovisual, cambiando los nombres, por supuesto. La ramera de la Quinta Avenida podría ser el título.

Cuando abrió la puerta de su cuarto, echó a la perra de una patada.

―Quédate fuera, Putana.

Su habitación no había cambiado mucho desde la última vez que estuve allí. Ya no había cajas y maletas por en medio, pero conservaba el mismo aspecto desabrido de cuando estuvimos buscando las llaves de mi casa entre sus bártulos. Recordé cómo era mi habitación de Bed-Stuy la mañana que la vi por primera vez, todavía bajo el mandato de Mila.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.